Vicepresidencia y Ministerio de la presidencia
Colección Informe Nº 44
SUMARIO

Los Reyes en América

4. URUGUAY. BRASIL. VENEZUELA: PREMIO «SIMÓN BOLÍVAR»

LOS REYES EN URUGUAY

El talante de cultura integradora de vuestro pueblo, que plasmó en una de las democracias más arraigadas de la América hispana, también se mostrará ahora en la búsqueda incansable de fórmulas para retornar a vuestro sistema tradicional

PALABRAS DE S. M. EL REY CON MOTIVO DE LA CEREMONIA DE RECEPCIÓN EN EL AEROPUERTO

Al llegar por primera vez en visita de Estado a esta tan querida, entrañable y hermosa tierra uruguaya, la emoción me embarga al saber que me encuentro entre el noble pueblo oriental al que, como Rey de España, envío mi reconocido saludo.

La Reina y yo agradecemos vivamente, señor Presidente, sus cálidas palabras de bienvenida a este insigne país hermano, que tan generosamente ha acogido en su seno a innumerables compatriotas que depositaron en el Uruguay todos sus anhelos y esperanzas.

Quiero, por ello, dejar constancia de mi invariable gratitud a este gran pueblo que ha sido y es, para muchos de los míos, prolongación natural de nuestra patria.

Quiero, asimismo, con mi presencia en la tierra uruguaya, dar testimonio de esos vínculos imperecederos que amalgaman a nuestros dos pueblos.

Quiero, por fin, rendir homenaje a vuestros proceres y a esa gran pléyade de intelectuales, escritores y poetas que tanto han enriquecido la cultura occidental y a los que Uruguay dio el ser.

Traigo el saludo del pueblo español que, al igual que todos los de nuestra comunidad hispánica, participa de los ideales de libertad, de justicia y de paz que unen a los países fraternos.

La Reina y yo, señor Presidente, agradecemos profundamente la bienvenida que nos dispensa hoy la República Oriental del Uruguay, en el convencimiento de que vamos a vivir unas jornadas que calarán muy hondo en nuestros corazones.

PALABRAS DE S. M. EL REY CON MOTIVO DE LA ENTREGA DE LLAVES EN MONTEVIDEO

Una llave es el símbolo de lo que se encierra, del secreto, de lo que está guardado y no se puede ver sin utilizarla. Pero significa también la apertura, la entrega y el ofrecimiento de lo que está encerrado. Por ello, al entregarme el señor Teniente estas llaves de una ciudad tan vuestra y tan española, las recibo con profundo recogimiento, con inmensa emoción.

La historia agitada de esta serena fortaleza, fundada por Zabala en mil setecientos veintiséis y que más tarde se convirtiera en cuna del comercio rioplatense, no puede menos de embargar el espíritu de quien ostenta la representación del pueblo español.

Con la serenidad y paz de esta ciudad de Montevideo, siento también el afecto a la tradicional y generosa hospitalidad uruguaya.

«La muy leal y reconquistadora».

Un bello lema para una noble ciudad y para un pueblo que siempre hizo gala de esos valores. Muchas gracias.

DISCURSO DE S. M. EL REY CON OCASIÓN DE LA CENA OFRECIDA POR EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DEL URUGUAY EN EL PALACIO LEGISLATIVO

Al otorgarnos hace unos instantes, Vuestra Excelencia, a la Reina y a mí, la más alta distinción del Estado Uruguayo, le he expresado, con nuestra gratitud, la más honda emoción al haber arribado a este bello país, tan europeo en sus costumbres y maneras, y cuya capital, Montevideo, tanto recuerda a nuestras ciudades españolas.

Si vuestras tierras nos traen a la memoria las nuestras, y ello emociona a cualquier español que aquí llega, quiero tener presentes también a los centenares de miles de españoles que acudieron a la llamada de la tierra oriental y se integraron en sus destinos.

Por esa vía nuestra vinculación de hermandad logró un nuevo e invalorable impulso.

Sobre ese temple vital han discurrido nuestras relaciones de país a país.

Nuestros pueblos han vivido pendientes el uno del otro, celebrando como propios los éxitos del hermano y sintiéndose unidos en las dificultades. Han dado prueba constante de concordia y armonía, fieles al espíritu obligado de todo entendimiento fraternal.

En España y en el mundo entero vivimos un período crítico que hace que mis responsabilidades, como Jefe de Estado, se multipliquen, acortando mi tiempo. Pero desde que, con la Corona, asumí estas responsabilidades me impuse el grato e irrenunciable deber de rendir, con mi presencia, a estos países hermanos de América, el homenaje que un Rey de España, no sólo como tal, sino también como un español más, debe ofrecerles.

Interrumpidos estos viajes durante un período de más de tres años, debido a otros compromisos de Estado, hoy estoy aquí, entre vosotros, en la tierra de Artigas.

Sé que vuestra gloriosa historia está llena de hombres de raíz y origen español, porque la historia de la República Oriental del Uruguay, con su valeroso talante, pertenece a la historia de España, de la misma manera que en la nuestra encontraréis el origen de ese trasfondo de pueblo indómito y civilizado que os caracteriza.

Efectivamente, no podemos dejar de destacar el nivel cultural alcanzado por una nación que cuenta entre sus hijos más preclaros a poetas y escritores como el viejo Pancho, Horacio Quiroga, Juana de Ibarbourou, Zorrilla de Sanmartín o Juan Carlos Onetti; pensadores de tanta valía como José Enrique Rodó, Carlos Baz Ferreira, y pintores como los Blanes, Joaquín Torres García y Barradas, que trabajaron tanto en Uruguay como en España.

De nuevo quiero proclamar la vocación iberoamericana de España y mi fe en la solidaridad de los pueblos hermanos.

Nuestra historia y nuestro pensamiento discurren por las vías de una misma lengua, enriquecida por todos, y nuestra concepción del hombre y de la vida son las mismas.

Entre nuestros pueblos todo es alma común, todo es espíritu de la misma civilización.

Para alcanzar una sociedad abierta y plural en la que la libertad y la justicia sean norma, no nos debe faltar el máximo empeño.

Pienso, como Artigas, que:

«La energía es el recurso de las almas grandes.»

El talante de cultura integradora de vuestro pueblo, que plasmó en una de las democracias más arraigadas de la América, hispana, también se mostrará ahora en la búsqueda incansable de fórmulas para retornar a vuestro sistema tradicional.

Señor Presidente: Estamos informados de los proyectos políticos de vuestro Gobierno, y confiamos en que puedan desembocar en una democracia plena en la que los partidos políticos, cumpliendo su tradición de apego por la libertad, sean el cauce efectivo de la participación del pueblo uruguayo en un estilo de vida basado en esa libertad y en la dignidad de la persona.

Estamos convencidos —y la experiencia histórica que ha vivido mi país lo atestigua— de que la reforma y el cambio son siempre posibles por medios pacíficos cuando los hombres políticos utilizan, con generosidad de miras, el diálogo como instrumento. Los problemas de una sociedad moderna pueden, en efecto, ser resueltos políticamente.

De la misma forma creemos que el orden político y la paz social tienen como fundamento la dignidad del hombre, los derechos inviolables que le son propios y el respeto a la legalidad democrática.

Recuerdo ahora lo que decía el procer de esta tierra: «Con libertad ni ofendo ni temo.»

Señor Presidente: Estoy seguro de que en la vía de la concordia encontraréis el camino futuro. Uruguay, como España, pertenece a un ámbito cultural que rechaza fórmulas que no sean la de asegurar la participación de todos, sin exclusión, en la vida pública.

Señor Presidente: Quiero dejar aquí testimonio de nuestro agradecimiento al pueblo y al Gobierno uruguayos, de la hospitalidad y de las atenciones que nos están dispensando a la Reina y a mí.

Levanto mi copa con el ferviente deseo de que el más joven de los países de América del Sur y España, el más viejo de los países de esta Comunidad Iberoamericana, incrementen sus profundas relaciones, y de que el pueblo uruguayo alcance la mayor prosperidad y felicidad, destino que se halla en su esencia misma y en su voluntad popular.

DISCURSO DE S. M. EL REY EN ALADI

Siento una gran satisfacción al dirigirles hoy la palabra, no sólo como simple invitado en la sede de un organismo internacional, sino como Rey de un país al que se le ha otorgado la condición de observador en los trabajos del mismo.

Cuando hace unos meses España se planteó la posibilidad de solicitar ser admitida como observador en ALADI, lo hizo llevada por su deseo, tantas veces manifestado, de estrechar los lazos de amistad y cooperación con las naciones de Iberoamérica.

En este sentido, nuestra presencia como observador en el proceso económico de integración puede permitirnos colaborar a él y, al mismo tiempo, actualizar de forma permanente el conocimiento y comprensión de este subcontinente. Nos sumamos así a los propósitos del preámbulo del acuerdo constitutivo de ALADI, que, en su párrafo primero, manifiesta su deseo de fortalecer los lazos de amistad y solidaridad entre los pueblos de Iberoamérica.

A nadie le puede ya caber duda de que la consecución de un desarrollo económico, armónico y equilibrado requiere el esfuerzo solidario de todos los países integrantes de una región.

Ningún país aislado puede alcanzar un nivel elevado de crecimiento si sus vecinos atraviesan una fuerte crisis económica.

Quedaron atrás los tiempos en que los países buscaban su prosperidad económica de espaldas a sus vecinos, y, aún más, poniendo todas las trabas posibles al comercio para proteger sus propios mercados.

Se requiere, pues, una integración económica regional, basada en la concertación de las políticas económicas y comerciales.

La recesión económica general ha hecho surgir en el mundo, incluso en países con gran tradición librecambista, políticas encaminadas a proteger el mercado propio en perjuicio del comercio internacional, olvidándose, quizá, de que precisamente en épocas de dificultad económica generalizada el comercio y la cooperación son los motores del progreso de la humanidad.

La interrelación que existe entre los distintos aspectos de la economía —comercio, financiación y desarrollo— exige un tratamiento sistemático y complementario de los mismos.

Para el caso concreto de Iberoamérica, dicha interrelación debe ser aprovechada fomentando todo lo posible el comercio.

Al mismo tiempo, será necesario que el flujo de capitales hacia esta región se mantenga abierto.

La necesidad de lograr una integración económica no es privativa de Iberoamérica.

En el marco internacional de un sistema comercial abierto y multilateral ha surgido con fuerza una tendencia hacia las grandes regiones económicas, como vehículos de desarrollo, a través de la supresión de trabas arancelarias y de la instauración de políticas comunes.

Sin embargo, todos sabemos que el camino hacia la integración es arduo y requiere un gran esfuerzo de solidaridad.

Pero también es cierto que Iberoamérica cuenta con una gran ventaja sobre otras regiones: su afinidad lingüística y cultural, que facilita enormemente la comunicación y el tráfico de personas e ideas.

Por otra parte, la disparidad entre grados de desarrollo económico y tamaño de las naciones supone un verdadero desafío a cualquier proceso integrador.

Los beneficios económicos repercuten más favorablemente en el sector industrial, todavía en fase incipiente en Iberoamérica.

Los organismos regionales iberoamericanos han supuesto un intento original de resolver estas dificultades, por la vía de un trato diferenciado a los países más atrasados y mediante la búsqueda de un complemento industrial que fuerce el despegue económico.

Para España, esta originalidad será fuente de experiencias fructíferas en el contexto de sus relaciones económicas internacionales.

No puedo menos que contemplar con gran satisfacción la participación de España en los trabajos de ALADI desde un ángulo de una cooperación sincera en algunos campos de interés mutuo, como son la asistencia técnica a la Secretaría o a los países miembros, el intercambio de información y la concertación de foros multilaterales.

A medio plazo, la Secretaría de este Organismo debería explorar las actividades y áreas a las que mi país pueda prestar apoyo.

Deseo terminar mi intervención haciendo los mejores votos para que la andadura de este proceso de integración iberoamericana sea rápida, firme y beneficiosa para todos los que en él participan. Se asegura así, una vez más, la voluntad decidida de España de hacer los esfuerzos necesarios para colaborar en el logro de este objetivo, que, sin duda, facilitará la ardua tarea de conseguir el desarrollo de los pueblos iberoamericanos en esta época difícil que nos ha tocado vivir.

DISCURSO DE S. M. EL REY CON OCASIÓN DE SU INVESTIDURA COMO DOCTOR «HONORIS CAUSA» POR LA UNIVERSIDAD DE MONTEVIDEO

Excelentísimo y magnífico señor Rector,
Autoridades académicas,

Señores Profesores,
Señoras y señores:

Quiero agradecer con profunda emoción la distinción de que se me hace objeto en este acto al otorgárseme el Doctorado «Honoris Causa» de esta Universidad, de tan brillante ejecutoria en la vida del país.

Consideraré siempre esta preciada distinción como símbolo de profundo acercamiento al pueblo uruguayo en este nuestro viaje a la República Oriental, a través de uno de los sectores que mejor representa la esencia de vuestra gente y de vuestra nación: el mundo de la cultura y de la intelectualidad, que se reúne en el interior de esta Casa.

Permitidme iniciar estas palabras rindiendo tributo de homenaje histórico, a más de siglo y medio de los hechos, a Artigas, el gran padre de la patria uruguaya, sobre cuya obra y personalidad la dimensión del tiempo transcurrido hace valorar y comprender lo exacto de su gran ideario político, profusamente expuesto en actas, instrucciones, discursos y programas.

Gracias a su noble y firme lección de energía y carácter, que legitimó desde su comienzo la nueva patria en formación, hoy podemos reunir-nos en estas aulas para reflexionar, lejos de toda retórica superficial, sobre la dimensión real y el entrañable significado de los permanentes valores de nuestra mutua tradición cultural hispánica.

Como dice Julián Marías, la relación entre España y América se ha vivido muchas veces como un motivo de vanidad: orgullo de linaje, tradición ilustre y culterana, relaciones de maternidad o de fraternidad. No cabe duda alguna de que la expresión «Madre patria» quiso demostrar cariño, pero en muchos aspectos, preciso es reconocerlo, no es muy afortunada.

La segunda mitad del siglo XX está aportando nuevas perspectivas a este tipo de relación.

En un estudio sobre el pensamiento latinoamericano del siglo XX, el Profesor Risieri Frondizi señalaba que la América de estirpe hispana ha superado la etapa de la adhesión ciega y entusiasta a las doctrinas foráneas para intentar una vía más cercana a las modalidades propias del espíritu de este continente, es decir, del espíritu de los pueblos iberoamericanos.

Existe, no obstante, en la América de nuestros días una corriente de pensamiento hispánico de gran vigor y proyección. Este hispanismo americano, que nada tiene que ver, en su génesis o en su significación, con el hispanismo de los extranjeros estudiosos de la cultura española, se basa en la proclamación de la raíz hispánica de los pueblos americanos; propugna de algún modo el hermanamiento espiritual y práctico de todos los pueblos hispánicos que participan de un mismo sentido ante la vida y que comparten unas mismas ilusiones ante ese futuro que exige el planteamiento de un nuevo orden internacional.

Por lo que respecta a la actitud de España ante este fenómeno, es preciso consignar que la política exterior de mi país se orienta, con atención preferente, hacia todas las Repúblicas de este inmenso continente: se trata de una «constante» inscrita en el cuadro de sus prioridades. El Gobierno español ha definido claramente su posición al respecto, con la formulación de una serie de principios básicos de actuación.

Al proyectar su política sobre esas coordenadas, mi Gobierno ha entendido que, para su articulación eficaz y ágil, era ineludible la previa reestructuración de su acción administrativa de cara a Iberoamérica.

Un Instituto de Cooperación Iberoamericana, adecuadamente dotado de los amplios medios que hoy se requieren para los fines propuestos, orienta su acción hacia la investigación detallada de la compleja realidad actual y futura de nuestra comunidad de naciones.

En los primeros años de nuestro siglo, consignaba don Miguel de Unamuno esta observación acerca de Hispanoamérica: «El pensamiento colectivo de la América como una unidad de porvenir frente al Viejo Mundo europeo no es aún más que un sentimiento en cierta manera erudito y en vías de costosa formación.»

Teniendo en cuenta los muchos años transcurridos desde la fecha en que aquel vasco inmortal escribió esas palabras, no es extraño percibir en la América actual un inmenso progreso en ese sentimiento americano de futuro unitario que nuestro pensador sólo veía antaño «en vías de costosa formación».

La rapidez de ese progreso está en relación no sólo con las transformaciones propias del mundo hispanoamericano, sino también, y acaso en mayor medida, con las vicisitudes europeas de los últimos lustros.

El hecho es que en estos años asistimos a una reflexión americana de excepcional tensión.

No creo que haya hipérbole en afirmar que hoy, más que nunca, se están prefigurando en la intimidad del hombre americano toda una serie de posturas, cuya vigencia espiritual y progresivo desarrollo tendrán por escenario temporal los dieciocho años que nos separan del siglo XXI.

Todo ello nos debe llevar a detenernos ante esa reflexión, tratando de captar ese reto inmediato en toda su intensidad.

En este orden de cosas se dibujan dos estados de ánimo distintos: por un lado, el de aquellos que ante todo sienten triunfalmente la entidad espiritual de América, como si se tratara de una solución cultural ya fraguada; de otra parte, el de quienes la perciben como una realidad en trance de identificación, y cuyo futuro cultural suscita para el hombre americano toda suerte de interrogantes.

Simplificando ambas actitudes, podría tipificarse por medio de esta dicotomía: América como solución y América como problema.

Uno de los hombres de más acusado relieve intelectual del Uruguay, Alberto Zum Felde, autor de una obra importante en torno a los problemas de la cultura americana, enjuició con su sentido crítico demoledor el viejo retoricismo felizmente superado.

Aquellas viejas preocupaciones culturalistas ya no tienen razón de ser.

Se busca una auténtica solución que aparte para siempre a esta joven América de la sombra de los problemas que plantea una crisis que en realidad es mundial, aunque tenga específicas connotaciones en este continente.

Otro gran escritor uruguayo, Arturo Ardao, sostuvo que el pensamiento americano ha estado al servicio de una actitud filosófica antes que de una actitud meramente histórica.

Existe una manera propia de ver los fenómenos de nuestro tiempo y de enjuiciar los mismos a través de unas originalidades profundas y nobilísimas. Hay que aludir, sin duda, a una corriente del pensamiento que cabe denominar, siempre y cuando se especifiquen las determinaciones del adjetivo, «corriente del pensamiento hispánico». Este hispanismo americano se basa en la proclamación de la común raíz hispánica de los pueblos americanos; exalta un estilo común, un acervo cultural y unas tradiciones históricas compartidas por más de una veintena de pueblos, y propugna de algún modo una auténtica coordinación espiritual de todos los pueblos hispanos.

La eclosión simultánea en toda el área americana del pensar hispánico ha llevado a varios de sus mantenedores a proclamar el carácter unitario de la gran corriente del pensamiento de la Hispanidad, a expresar la conciencia de su pujanza actual y de la potencial, a puntualizar algunos extremos alusivos a España, cuya vocación hispanoamericanista permanece intacta.

Nuestro filósofo vasco ya citado, hablaba, como prueba de ese interés por vuestro continente, de «esa América de mis cuidados».

Así de entrañable.

En Unamuno ejerció siempre una poderosa fascinación la historia americana. Llegó a percibir a los pueblos hispanoamericanos y a España con una valoración igualitaria que sentía vivamente a todos ellos como idénticos portadores de hispanidad.

Por lo demás, Unamuno pensaba a Hispanoamérica como una «unidad de porvenir», participó él también de los sueños de Bolívar y glosó el pensamiento de José Enrique Rodó propugnando una idea global de América como grande e imperecedera.

Excelentísimo señor Rector,
Señoras y señores:

Hispanoamérica ha comenzado a romper una serie de inercias innecesarias que la ataban a compromisos que no eran suyos.

En los últimos años, y de forma muy particular durante los agitados meses de 1982, hace ahora un año, se puso de manifiesto que el ideal de su unidad no puede quedar en meras palabras. Que es preciso avanzar más en la identidad de intereses. Que es necesario presentar un frente unido ante viejas concepciones del poder y de la política que nada tienen que ver con el mundo moderno de nuestros días y mucho menos con el que nos aguarda en los umbrales del nuevo siglo.

Así como es cierto que la tradición histórica otorga valores culturales, pero nunca condiciona el sentimiento de nación, también es verdad que los intereses nos deben unir tanto como las ideas.

Para nosotros América fue una continuidad histórica y cultural.

Hoy la vemos ya como una auténtica novedad que representa en muchos aspectos la discontinuidad respecto de Europa.

No hay que olvidar que la discontinuidad es fecundidad y que España, que participa por su carácter de pueblo atlántico volcado hacia América de esa discontinuidad americana con respecto a Europa, también lo hace plenamente y por derecho propio de los ideales y de las preocupaciones de las repúblicas hermanas.

De entre todos los grandes utensilios que nuestra común cultura ha depositado en nuestras manos, pienso que la lengua es sin duda el de mayor importancia.

Con ocasión de mi viaje a la República Argentina en el mes de noviembre de 1978, y en un acto similar al que aquí nos reúne hoy, manifesté en la Universidad de Buenos Aires que la lengua constituye nuestra frontera y que en ella todos estamos avecindados, todos somos participantes, todos tenemos igual obligación, idéntico derecho.

Hoy quiero añadir que la lengua es nuestra carta de ciudadanía cultural, la identidad de los hispano-hablantes. Una identidad cultural que se debe caracterizar por un profundo sentido de la libertad. Libertad de la Cultura —de la cultura en sentido amplio—, como forma de vida que ineludiblemente requiere un marco genérico de libertades, de las que la libertad política es su máxima expresión.

Al leer las grandes obras de vuestros más ilustres ensayistas, filósofos y narradores, es fácil detectar de qué importante manera ha participado siempre Uruguay de las preocupaciones del continente americano.

El altísimo nivel educativo de este entrañable pueblo uruguayo ha sido, es y será ejemplo en América y fuera de ella.

Yo quisiera, antes de terminar mis palabras, fijar nuestra atención por un momento en la necesidad de trazar las bases reales de la cooperación entre nuestros pueblos en el seno de una Comunidad Iberoamericana de Naciones.

Una asociación natural que, al no precisar de formulaciones jurídicas excesivamente casuísticas, denota la realidad de su presencia y de su necesidad.

Nunca fue más cierta la grandeza de nuestros pueblos que cuando actuaron movidos por los mismos ideales.

El hondo y profundo significado de la celebración del bicentenario de Simón Bolívar este año, así nos ayuda a comprenderlo.

No quisiera terminar estas palabras sin invitar al mundo de la cultura uruguaya, a sus entidades y asociaciones académicas y universitarias, a una colaboración más estrecha con la Universidad española, que siempre ha estado dispuesta —y hoy lo está más que nunca— a traducir en colaboraciones concretas ese patrimonio común que nos une a ambas orillas del océano.

Muchas gracias.

DISCURSO DE S. M. EL REY A LA COLONIA ESPAÑOLA EN URUGUAY

Españoles residentes en Uruguay:

La Reina y yo queremos, ante todo, agradeceros vuestra presencia aquí. Este acto constituye una gran satisfacción para nosotros, pues nos brinda la posibilidad de transmitiros nuestro saludo emocionado.

Pocas cosas nos han satisfecho más en nuestros viajes por Hispanoamérica, que estos contactos con españoles que, como vosotros, han sabido, por encima de todo, prestigiar a España en estos países hermanos.

Conocemos la tenacidad, la laboriosidad y la honradez que han caracterizado siempre a la emigración española y somos portadores del respeto que nuestra Patria siente por cuantos españoles viven, trabajan y crean lejos de España.

Estos magníficos centros, como el que en estos momentos visitamos, son un orgullo para los españoles y estoy seguro de que todos nuestros compatriotas participarían de ese mismo sentimiento, que yo experimento, si estuvieran aquí reunidos con nosotros.

Estas y otras obras, por vosotros realizadas, constituyen un trozo de vida española transplantada a América, con toda su rica variedad y multiplicidad de virtudes.

Son, en efecto, un símbolo actual y vivo de lo que ha sido durante casi quinientos años el pulso de savia fecunda que desde España ha fluido de manera constante.

Con vuestro trabajo habéis contribuido, cada uno en la medida de sus fuerzas y posibilidades, a la prosperidad de los pueblos que os han acogido.

Estáis haciendo efectivo el espíritu de hermandad; estáis dando vuestro trabajo y afecto, correspondiendo así con hidalguía y hombría de bien a la hospitalidad de este hermoso país.

Un escritor uruguayo ha dicho que América nació de un desgarrón, de una herida de España, que supo verter generosamente su sangre. Con una segunda herida, la de la emigración española más reciente, se ha escrito otra página trascendental en América.

Como Rey de todos los españoles, quiero traeros el agradecimiento de la Corona por esta labor ejemplar, por esta abnegación de la que hacéis gala en vuestro trabajo, y por la fidelidad que sentís a vuestro origen español y a vuestras respectivas «patrias chicas».

Quiero recordar ahora que fue precisamente en Uruguay, en Punta del Este, donde tuvo lugar el primer Congreso de Instituciones Españolas del Cono Sur en 1976.

La España que un día dejasteis está experimentando en estos últimos años cambios importantes.

Sé que desde aquí vivís estas transformaciones con gran interés, con preocupación a veces, y con esperanza siempre.

Yo quiero deciros ahora que esa esperanza debe mantenerse viva, pues nuestro país ha sabido estar siempre a la altura de las circunstancias y nuestra Historia es buen testigo de ello. Hemos alcanzado logros que pocas naciones han conseguido, y por ello, España ha merecido el reconocimiento de la comunidad internacional.

Los españoles que estáis en América podéis aportar, con vuestro trabajo y vuestro ejemplo, una valiosísima contribución a la dignificación de nuestro país.

El esfuerzo que realizáis es doblemente fructífero, porque no sólo ayuda a engrandecer a España, sino que redunda en beneficio directo de Uruguay, esta nación admirable por su indómito coraje y amor a la libertad, que tan generosa hospitalidad os dio.

Si España, desde mil cuatrocientos noventa y dos, no es comprensible sin su componente americano, es gracias a quienes, década a década, han cruzado el Atlántico hasta estas tierras.

Se os debe a vosotros, españoles de América, españoles del Uruguay.

El Rey de España piensa en vosotros y él y sus Gobiernos harán lo posible por ayudaros en sostener vuestras colectividades aquí en Uruguay.

Ahora, sólo quiero deciros, para finalizar, que España se siente orgullosa de estar tan dignamente representada y que debéis estar seguros de que nunca os faltará el apoyo de vuestro Rey.

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