Vicepresidencia y Ministerio de la presidencia
Colección Informe Nº 31
SUMARIO

Los Reyes con el Pueblo Vasco

DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL PARLAMENTO VASCO

Os ofrezco la bienvenida a Euskadi, a la sombra santa del Árbol de Guernica, en nombre de este Pueblo que ama tanto la vida como su libertad

ERREGE JAUNA, ERREGIÑA ANDEREA,

Bizia haiña askatasuna maite duen herri honen izenean eta bereiziki nerean, ongi etorriak Euzkadira, Gernikako zuhaitzpe sakratu hontara.

Zuen aintzinean, aurrean, dituzue Euzkadiko erakunde eta instituzio gorenen ordezkariek, Erki bakoitzeko Batzorde Orokorrek, naiz eta oranigo hontan denak ez izan hemen, Eusko Jaurlaritza eta Legebiltzarra, har ezazue denen izenean ongi etorria.

Jakin ezazue negu otz eta illunaren ondoren gure herriak bake-bideak, erakunde-bideak, demokrazibideak aukeratu dituela eta bide honei ez diela etsiko. Noizbait udaberri uda bihurtuko, demokrazi uda-uzta oparoa denontzat zuen errege gidaritzan.

Egoitza zoriontsu ta onurakorra izan dezaizuela opa dizuet bihotz-bihotzez. Eskerrik asko.

MAJESTADES (decía en nuestro entrañable euskera),

Os ofrezco la bienvenida a Euskadi, a la sombra santa del Árbol de Guernica, en nombre de este Pueblo que ama tanto la vida como su libertad.

Tenéis aquí presentes a los representantes de las más altas Instituciones de Euskadi, Juntas Generales, de cada territorio histórico, aunque hoy no estén todas aquí, Gobierno Vasco y Parlamento. En nombre de todos ellos recibid asimismo la bienvenida.

Sabed que, tras el frío y tenebroso invierno, nuestro Pueblo ha optado por las vías de la paz, de las Instituciones, de la democracia y que no abandonará por nada estas vías. Conviértase por fin la primavera en verano, verano de cosecha democrática copiosa para todos bajo su reinado.

Les deseo de todo corazón una feliz y provechosa estancia en Euskadi. Gracias.

Guernica a 4 de febrero de 1981.

DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO VASCO

Majestades, en nombre de Euskadi, bienvenidos a este Pueblo, que es el vuestro

ERREGE JAUNA ETA ERREGIN ANDEREA,

Ongietorriak Gernikako Junta Etxe hontara.

Lehenago ere izanak dira Beroiek leku historiko honetan. Hezketa lanez Herri hau ikustatzeko modua eman zionean, hona etorri zen Berori, Jauna, asabengandik jasotako bihozkada sakon batek, geroago Berorren agintepean egongo ziren Herrien sustraiak, sakonetik ezagutzera, bultzatuko balu bezala. Eta emaztea ekarri ahal izan bezain azkar, hemen izan ziren Beroiek, Espainiako Printze orduan, 1966ko apirilaren 13an lehenengo aldiz, eta 1971ko urriaren 28an, geroago. Azken ikustapen haren oroitzapena hemen dago, Etxe hontako tokirik ohoregarrienetako batetan: argazki bat da, Beroien argazki bat, Jaun eta Andere, lur honekiko eta bere Erakundi ospetsuekiko Beroien maitasuna adierazten duen argazkia.

Gernikara itzuli dira, berriz, Beroiek, Espainiako Errege eta Erregin. Beroien etorrera gure

kondairaren une txit adierazgarri batetan ematen da. Lurralde hontako problema eta nahikundeak bertatik ezagutunahi dituztela, Beroiek, adierazten du etorrera honek eta pozten gara.

Majestades,

Bien venidos a la Casa de Juntas de Guernica.

No es la primera vez que venís a este histórico lugar. Cuando el trabajo de vuestra formación os permitió visitar este País, veníais, Vos, Señor, hacia este lugar, como si una profunda querencia genealógica os impulsara a ahondar en las raíces de los Pueblos que un día ibais a regir. Y en cuanto pudisteis traer a vuestra augusta esposa, vinisteis juntos, Príncipes de España, primero el 13 de abril de 1966 y, después, el 28 de octubre de 1971. De esta última visita se guarda, en lugar preferente de esta Casa, la fotografía en que ambos, Señor y Señora, expresáis vuestro amor a esta tierra y a sus venerables instituciones.

Volvéis a Guernica, como Reyes de España, en un momento harto significativo de nuestra Historia, y nos congratulamos por vuestra visita, que revela el deseo de conocer de cerca los problemas y aspiraciones de esta tierra.

Aquí mismo, a la sombra del roble milenario, nuestros antepasados recibían a los Reyes de Castilla. Por aquí pasaron, bien lo sabéis, ya que ésta era la puerta sellada con sagrado juramento por donde entraban a ser Señores de Vizcaya. Nos basta con alzar los ojos hacia esos medallones para evocar a los Reyes que juraban los Fueros, comenzando por Juan I de Castilla en 1371. Siglo tras siglo, otros monarcas, aparte de los representados en estas lápidas, confirmaron nuestras viejas libertades.

Un día, esta secular cadena se rompió, nosotros creemos que para mal de ambas partes, que así se juraban una mutua fidelidad, unificante y enriquecedora, en la libertad.

Sabéis que en el Pueblo Vasco se ha mantenido viva la idea de sus fueros como pacto, en virtud del cual las instituciones libremente acordadas por sus habitantes eran respetadas por sus Reyes y Señores, que manifestaban así su asentimiento a la voluntad popular y obtenían la legitimidad en el ejercicio del poder y la fidelidad de los vascos.

Cuando en épocas recientes hemos venido evocando esta reivindicación secular, no tratábamos de repetir la Historia en sus estrictos términos, pues las instituciones históricas, fuera del contexto social en el que surgen, pueden combatirse como mitos o antiguallas. Actualizar el fuero no significa hoy el respeto irracional y emotivo a fórmulas políticas anacrónicas, sino la recuperación de unas libertades originarias, que permitan una concepción profunda del autogobierno de Euskadi compatible con nuestra solidaridad con todos los pueblos de España a los que queremos entrañablemente. Es, en definitiva, plantear una legítima concepción del Estado y de nuestro autogobierno, avalada, de acuerdo con los esquemas de cada época, por una larga experiencia histórica, cuya ruptura violenta nos impidió actualizar las viejas libertades en esta sociedad moderna, desde nuestra creciente conciencia colectiva de pueblo, que desea mantener su identidad, en solidaridad con los demás.

Volvéis cuando esta aspiración de autogobierno empieza a cristalizar, y tenéis nuestro reconocimiento por vuestra condición de impulsor del cambio democrático y del proceso autonómico en particular. Y a la vez que expresamos nuestra ilusión y reconocimiento por este proceso autonómico incipiente, queremos manifestaros, igualmente, nuestra esperanza en la continuidad y rapidez de tal proceso que está dando aún sus primeros, aunque importantes, pasos, y al que resta todavía un largo camino para su pleno desarrollo.

Hoy, el Estatuto de Autonomía viene a reconocer a los Territorios Históricos Vascos un marco de autogobierno dinámico y progresivo, de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico, en un proceso de actualización de sus derechos históricos. Queremos restañar las heridas que la Historia nos dejó, y pretendemos actualizar el autogobierno que corresponde a Euskadi por la voluntad popular y por la propia Historia.

Pues bien, Majestades, aunque parezca anecdótico, el apogeo de la historia de España coincide en expresión textual de algún historiador «con la edad de oro del gobierno foral recto y libérrimo».

Y, a la inversa, coincide también el ocaso triste de aquel apogeo, con la extinción final de nuestras libertades forales originarias.

Esto es la Historia, Majestades. Dentro de la Historia estamos y no debemos temer recomponerla respondiendo a las aspiraciones de este Pueblo, porque los miedos a la Historia suelen nacer, muchas veces, de una historia mal aprendida o mal enseñada.

Si acertamos todos a mirar con generosidad y ojos limpios, y nada mejor que lavarlos en ese puro manantial que es la Historia, esta nueva etapa autonómica que acabamos de inaugurar encontraremos mucho más espacio para la esperanza que para los temores.

Permitidme, pues, Majestades, que termine esta bienvenida con un gesto de esperanza en el futuro, sin soslayar la alusión a los problemas esenciales que este Pueblo tiene planteados.

Euskadi sufre especialmente la crisis económica y el paro por su especial configuración industrial y por los problemas específicos que derivan de su anómala convivencia.

Quienes tenemos responsabilidad de Gobierno en este País esperamos los apoyos necesarios para aliviar el desempleo, la crisis industrial y los problemas infraestructurales que heredamos del pasado.

Tenemos, igualmente, esperanza en la normalización de la convivencia de Euskadi. Con observancia rigurosa de la ley, pero dispuestos todos a un esfuerzo gigantesco de pacificación, para acabar con una violencia cuyas raíces son más profundas de lo que parecen.

Y miramos con esperanza e inmenso respeto a ese territorio histórico hermano de Navarra, igualmente contemplado en el marco estatutario, con el deseo ferviente de que cese la cris-pación y el enfrentamiento visceral en torno a nuestro proyecto político y se inicie un diálogo racional que permita a los navarros ejercer libre y serenamente sus opciones.

Deseamos, en fin, Majestades, además de expresaros las principales preocupaciones y esperanzas del momento en Euskadi, reiteraros de manera inequívoca nuestro propósito decidido de hacernos solidarios y corresponsables en los problemas de Estado, cuyas responsabilidades fundamentales Vos habéis sabido asumir ejemplarmente.

Majestades, en nombre de Euskadi, bienvenidos a este Pueblo, que es el vuestro.

DISCURSO DE S. M. EL REY AL PUEBLO VASCO

Un País Vasco que constituye parte irrenunciable de nuestro proyecto de vida en común dentro de la unidad de España

Frente a quienes practican la intolerancia, desprecian la convivencia, no respetan las instituciones ni las normas más elementales de una ordenada libertad de expresión, yo quiero proclamar una vez más mi fe en la democracia y mi confianza en el Pueblo Vasco.

Siempre había sentido el anhelo de que mi primera visita como Jefe de Estado a esta entrañable tierra vasca incluyera la realización de un acto que sellase el reencuentro del Rey con los representantes de los territorios que durante siglos fueron ejemplares por su lealtad y fidelidad a la Corona.

Y eran también convicción y voluntad mías —sobradamente apoyadas por la tradición— que ese acto se realizase aquí, en Guernica, por tantos conceptos, capital histórica y emocional del pueblo vasco.

Porque entiendo que vuestra Historia encierra una particular y doble enseñanza, cuyo contenido debiera ser motivo de recuerdo permanente:

Al contrario; es obligado reconocer que históricamente la integración de los territorios vascos en la Corona sólo empezó a ser problemática cuando se quebró la tradicional política de lealtades sobre la que se había cimentado en estas tierras nuestra unión.

Por eso, la Historia de España no se entiende sin la mención de la profunda corriente vasca que la recorre.

A que el castellano se formase en estos territorios se debe el vocalismo actual del español. Es bien sabido que los vascos constituyeron un contingente numerosísimo de la organización estatal y colonial de los siglos XVI al XVIII. Vascos en puestos de la máxima responsabilidad nacional y de la mayor confianza de los Reyes de España, y vinculados, por tanto, a las grandes empresas políticas de nuestra Patria.

Y también en épocas más recientes ha habido una destacada presencia vasca en las distintas actividades de la vida española: En la cultura, en la industria, en el mundo del trabajo, en la política, en el Derecho, en el Ejército, en la Iglesia, en la Universidad.

Pero es obligado, igualmente, decir que si cabe hablar de una personalidad histórica vasca, es porque la configuraron unos rasgos culturales e institucionales singulares y diferenciados.

Con esa contribución sustancial de los vascos a la Historia española coexistió en admirable armonía la vida cotidiana de este pueblo, anclada y fundada en lo específicamente euskaldun y plasmada en las formas de población y comportamiento propias del País Vasco: En la arquitectura de sus caseríos, en las variedades de sus formas tradicionales de vida y trabajo, en la mentalidad de sus campesinos y arrantzales, en la poesía de sus bersolaris, en sus danzas y su música, en sus manifestaciones deportivas más características.

El ordenamiento político del País Vasco tuvo como fundamento, precisamente, el reconocimiento de esa dualidad. Los Fueros —que bajo una fórmula u otra fueron confirmados por los Reyes de España hasta el siglo XIX— sancionaron el hecho diferencial vascongado e hicieron posible la voluntaria y dinámica presencia vasca en la política, en la cultura y en nuestra Historia.

Y eso pudo ser así porque los Fueros conciliaron armónicamente la soberanía de la Corona y las facultades y prerrogativas que de ella se derivaban con las atribuciones administrativas, jurídicas y legislativas de los organismos representativos del pueblo vasco, esto es, de sus Juntas, en cuya sala vizcaína por antonomasia hoy estamos reunidos.

Los Fueros, concebidos como una relación de equilibrio entre distintas entidades históricas —la Corona, los Territorios Forales—, fueron no ya sólo el pilar que sustentó aquí la unidad del Estado, sino algo mucho más profundo: Fueron parte esencial del proyecto que posibilitó y estimuló la incorporación vascongada a la propia definición de España.

La España de nuestro tiempo, esa España que todos anhelamos, debe ser una realidad estable y libre de vida en común, y ha de edificarse sobre el reconocimiento de esa sustancia de la nación española que son sus territorios históricos, sus viejos reinos, sus regiones, sus diversas culturas.

Por una y otra razón, en el caso vasco, la Corona, de acuerdo con el papel central que históricamente le correspondía, ha asumido desde un primer momento, como piedra angular de la nueva concepción del Estado español, el establecimiento de un marco de convivencia que, enlazando con la tradición foral, restaure al País Vasco en el ejercicio de sus libertades históricas actualizadas y ampliadas en un sistema y en unas Instituciones democráticas modernas.

Y ahora estamos, precisamente, asistiendo a la cristalización esperanzada de ese proyecto vasco:

El País Vasco ha logrado así Instituciones unitarias, modernas y representativas que lo configuran como una entidad política propia.

La Autonomía, auténtico anhelo de los vascos en las últimas décadas, ha venido a devolver a los territorios vascos aquella libertad a cuyo amparo fueron solar de nobleza y modelo de lealtad.

De ahí nace la ilusionada esperanza con que la Corona contempla esta nueva trayectoria que ahora empieza a recorrer el pueblo vasco.

Ilusión y esperanza que ni desconocen la complejidad que implica la realización de un proyecto como la construcción de una España de las Autonomías ni ignoran las dolorosas manifestaciones de violencia que con frecuencia ensangrientan esta querida tierra vasca.

La Reina y yo nos sentimos plena y emocionadamente solidarios con la grave situación que vive este pueblo, con todas y cada una de las víctimas que aquí se han producido en los últimos años, y quisiéramos que conste una vez más públicamente el testimonio de nuestra condolencia. Como quisiéramos que constase a la representación del pueblo vasco, hoy aquí reunida, el dolor que conmueve a la Corona cada vez que los territorios vascos se ven agredidos en la esencia misma de su conciencia pacífica, cristiana y humanitaria, por cada nuevo crimen, por cada nueva violencia.

Pero ilusión y esperanza por encima de todo ello. Y esperanza derivada, además, de la propia realidad histórica del pueblo vasco, de este pueblo «corto en palabras, pero en obras largo», como lo definió agudamente Tirso de Molina.

Porque si hay un término que de alguna manera resume lo que el pueblo vasco ha aportado al quehacer colectivo de este país, ese término es laboriosidad.

Desde las antiguas terrerías y empresas marineras a las grandes concentraciones fabriles actuales, el pueblo vasco ha hecho y hace de la idea del trabajo, del esfuerzo tenaz, callado y vigoroso, principio básico de su sistema social y de su concepción de la vida.

El resultado de ese esfuerzo colectivo ha sido la sociedad vasca actual. Una sociedad industrial, urbana y moderna en la que la ética solidaria y democrática del trabajo ha ido gradualmente hermanando a los vascos y a los que aquí vinieron desde otras tierras en una comunidad plural de convivencia e integración.

Es el espíritu de laboriosidad, contrastado a lo largo de los siglos, lo que constituye uno de los motivos de mi confianza en el futuro del pueblo vasco y que yo quisiera transmitir a todos los habitantes de esta Comunidad, precisamente ahora, cuando parecen abatirse sobre ellos las sombras de la crisis y del desaliento.

Y esa confianza surge de que todo en el País Vasco es expresión de la vitalidad de un pueblo emprendedor y dinámico.

Espero, además, que los propios resortes morales del pueblo vasco, reforzados por el apoyo solidario de toda España, terminarán por restaurar en estas tierras la convivencia, la libertad y la tolerancia que siempre las distinguieron.

El País Vasco, de cuya vocación de libertad es símbolo el Arbol que aquí a todos nos acoge, puede hoy ver realizado el proyecto de democracia vasca que, bajo una forma u otra, siempre alentó en las voluntades vascongadas antes y después de la abolición foral.

Un País Vasco que constituye parte irrenunciable de nuestro proyecto de vida en común dentro de la unidad de España.

Un País Vasco dotado de autogobierno para sus Instituciones políticas, económicas, jurídicas y culturales, siempre al servicio de una idea de sociedad vasca que asuma el pluralismo político y cultural definidor del comportamiento histórico del pueblo vasco.

Un País Vasco en paz, donde la convivencia y la seguridad ciudadanas vertebren la estructura de la vida social, coronen e impulsen los nuevos procesos de transformación que exige el actual nivel de desarrollo de la sociedad vasca y posibiliten el logro de las nuevas cotas de bienestar social y civil que aquélla requiere.

Un País Vasco solidario con el resto de España, ya que no existe verdadera libertad allí donde la paz y la solidaridad no estén garantizadas.

He dicho en alguna ocasión que nuestro mayor peligro en la hora actual son el desánimo y el desaliento.

Pues bien; en esta mi primera visita como Rey a las tierras que sufren como ninguna el encono de la violencia y del sectarismo, quiero hacer un llamamiento responsable a la ilusión y a la confianza en el futuro de nuestro País.

Y quiero hacerlo aquí precisamente porque tengo la convicción de que la energía y la tenacidad de este pueblo han de contribuir una vez más a la vigorización moral de la España democrática que estamos construyendo.

El País Vasco ha empezado ya a perder el miedo al miedo, a afirmar su voluntad de supervivencia como colectividad y a recobrar la fe en sí mismo y en su futuro.

Que el País Vasco y sus hombres acierten a respetar el reto que hoy la Historia les plantea, constituye el más ferviente deseo de la Corona.

Que renazca con vigor, aquí en Guernica, el Arbol de la libertad vasca; así se hará realidad el deseo que inicia el gran poema épico «Euskaldunak», de Nicolás de Ormaechea:

Geroak esan beza
«Erri bat izan zan»

Edo ta ats emaiogun
Ontan iraun dezan *.

* (Que el futuro pueda exclamar:
Aquí existió un pueblo.
O mejor aún, démosle
ímpetu para que pueda perdurar.)

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