Vicepresidencia y Ministerio de la presidencia
Colección Informe Nº 39
SUMARIO

Los Reyes en Europa
3. EL PREMIO CARLOMAGNO

DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MINISTROS DE LAS COMUNIDADES EUROPEAS Y MINISTRO DE NEGOCIOS EXTRANJEROS DEL REINO DE BÉLGICA, SEÑOR LEO TINDEMANS

Señor:

Descendéis de un largo linaje de soberanos, desde Carlos V hasta Luis XIV y la Reina Victoria, que han reinado, en el transcurso de los siglos, sobre la casi totalidad de los países de esta Europa que estamos esforzándonos por unificar. A través de ellos, descendéis también, sin duda alguna, de esa personalidad legendaria que aquí mismo, bajo estas majestuosas bóvedas, hace más de mil años, gobernaba un imperio que se extendía desde Barcelona hasta la frontera de Dinamarca y desde Italia hasta el Mar del Norte.

Sin embargo, no son Sus antepasados a quienes el Premio Carlomagno viene a honrar hoy. Es al hombre, y al Rey, y, a través del Rey, a la gran nación a la que encarna.

Sois, desde mil novecientos cincuenta, el vigésimo quinto titular de este premio. Hoy, varios de Sus predecesores y, en particular, la mayor parte de los padres fundadores de la Comunidad Europea, han fallecido. Pero lo que no muere son sus ideas y en especial esta idea-fuerza que ha marcado nuestro tiempo, la idea de una Europa unida, democrática, dinámica y generosa, abierta al mundo, fraterna después de haber sido fratricida. En nombre de esta idea, y de todos los titulares del Premio Carlomagno que fueron sus abogados y su artesanos, me cabe la satisfacción, el privilegio y la honra de recibir y saludar hoy a Vuestra Majestad.

Europa:

Hemos celebrado este año el veinticinco aniversario de la firma del Tratado de Roma cuyo objetivo era, según la fórmula de Paul-Henri Spaak, «la mayor transformación voluntaria y dirigida de la historia de Europa». Era, y es aún, una idea audaz y novadora. Era, y es aún, una idea joven, es decir con propiedad para seducir a la juventud porque va dirigida hacia el porvenir.

Más allá de los fracasos y lentitudes de una empresa difícil, lo que vemos constituirse gradualmente desde hace veinticinco años es una nueva entidad que no se fundamenta ni en la raza, ni en la lengua, ni siquiera exclusivamente en la proximidad geográfica, sino en un concepto común de la vida en sociedad y la seguridad de un destino desde ahora compartido. A la inversa de tantos ejemplos históricos, este proceso de unificación no se fundamenta ni en la violencia ni en la amenaza. Se fundamenta en la razón y la voluntad de forjar un porvenir digno de nuestro pasado. Por eso es por lo que hemos podido hacer que colaboren hombres del sur con hombres del norte, hombres de la derecha con hombres de la izquierda, pragmatistas con cartesianos, viejos con jóvenes, cada uno guardando presente la imagen de la meta por alcanzar y la voluntad de conseguirlo.

El esfuerzo proseguido en común en el transcurso de los años nos ha permitido establecer por primera vez desde la revolución industrial la libre circulación de nuestros productos en toda el área geográfica de Europa Occidental.

Una expansión económica sin precedentes y ampliamente compartida ha permitido que la Comunidad se mantuviera en el grupo que va a la cabeza de las naciones industriales. La política agrícola ha garantizado al campo un rendimiento decente. El sistema monetario europeo garantiza entre nuestras monedas el mínimo de estabilidad necesario para el desarrollo de los intercambios. Con la expansión de su comercio exterior, la Comunidad ha llegado a ser la primera potencia comercial del planeta reconociéndola como tal aquellos mismos que al iniciarse esta empresa la consideraban con ironía y hostilidad. Hemos concertado con muchos países del tercer mundo acuerdos cuya originalidad e influencia benéfica están reconocidas.

No quiero introducir en este análisis ningún elemento de triunfalismo. Todos sabemos que nuestra prosperidad está amenazada por una profunda crisis de estructura que se manifiesta con las plagas de la inflación y el desempleo. Nos cuesta, en estas circustancias difíciles, mantener la unidad de visión de los países europeos, la persistencia de sus comunes esfuerzos, el dinamismo necesario para la construcción europea. Demasiados fracasos y tardanzas descorazonan y hacen que renazcan las ilusorias tentaciones del proteccionismo y surgen falsos profetas que anuncian el fin de la Comunidad.

Y, sin embargo, esta Comunidad vive. Ha sabido resistirse a las tendencias proteccionistas y sigue haciéndolo. Conforme a su vocación que es la de seguir adelante en una política voluntarista, busca soluciones en la puesta en marcha de una política industrial, una política de investigación, una política energética. Esta es la vía del porvenir y no andar divididos y replegados sobre sí mismos. Sin duda nuestros países sacan fuerzas de sus tradiciones y su historia, pero lo que asegura su porvenir son la imaginación política, la innovación técnica y la audacia.

España lo ha comprendido. A pesar de las dificultades económicas, a pesar de las vicisitudes técnicas de una negociación complicada, ha escogido deliberadamente asociarse a esta empresa, sabiendo ver más allá de las dificultades del momento, la amplitud de nuestros objetivos y el vigor de nuestras ambiciones. Más allá de los intereses económicos, la unión aduanera, las solidaridades comerciales y monetarias, Europa tiene una vocación política, un mensaje que transmitir y un papel que desempeñar en el escenario del mundo. La dimensión política ha sido siempre un elemento esencial de nuestra aspiración a una Europa unida. Sin cesar ha ido resurgiendo en el transcurso de los años, y aún ahora, en unas nuevas propuestas y en iniciativas diversas. Vivimos en un mundo en el que por primera vez desde hace siglos, los países europeos no son ni los mejor armados, ni los más ricos, ni los más avanzados en las tecnologías del porvenir. ¿Cómo no tener, en esta grave situación, una gran ambición colectiva? Para dar respuesta a esta ambición es por lo que los países europeos buscan el camino de una amplia Unión Europea que me satisface haber recorrido, por un momento, como peregrino. Dentro de unos días, el Consejo de la Comunidad se hará cargo de un proyecto de Acta Europea, la cual subrayará una vez más el objetivo político de nuestra empresa.

Este objetivo lo habéis entendido. Al hablar hace algunos años en el Quirinal, decíais: «Europa es más que un continente. Es sobre todo una concepción de la vida fundada en principios humanistas y cristianos, y orientados en la búsqueda de la justicia y de la libertad, una y otra al servicio del bien común y de la dignidad del hombre.» Efectivamente, Majestad, esta Europa es la nuestra. España tiene un tributo por aportar, un tributo hecho especialmente de fe europea y de voluntad política. Cierto día próximo, le dará la bienvenida.

La Democracia:

En este concepto de nuestro porvenir, la democracia desempeña un papel esencial. El documento sobre la identidad europea que los jefes de gobierno adoptaron hace unos diez años confirma solemnemente lo que todos sabemos, que la democracia representativa, el reino de la ley, la justicia social y los derechos del hombre constituyen elementos fundamentales de la identidad europea. Se trata de una de las dimensiones esenciales del mensaje que deseamos transmitir.

Su primera tarea como Jefe de Estado ha sido inscribir estos principios en la organización constitucional de su país. Este cambio, cuyo liderazgo habéis asumido en España con calma y resueltamente, ha sido para todos los demócratas europeos una fuente de satisfacción y un motivo de admiración. Habéis dicho: «La Corona quiere ser punto de referencia, lazo de unión, cauce de diversidad, consagración del pluralismo, garantía última de la convivencia democrática sobre la base del respeto a la ley, manifestación de la soberanía del pueblo.» No se puede definir mejor la función de una monarquía parlamentaria.

Y no os habéis limitado a definiciones abstractas. En una larga noche de febrero del pasado año, pudo temerse que se vinieran abajo las esperanzas que el renacer español había hecho brotar en toda Europa. Tomásteis la palabra para pronunciar el discurso sin duda más corto de vuestro reinado ya que sólo contaba con cuatro frases. Citaré una de ellas: «La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la Patria, no puede tolerar en forma alguna acciones y actitudes de personas que pretenden interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día.»

Si hoy hablo de ello, no es para hurgar en las heridas que preferís ver cicatrizadas, todos lo sabemos. Es porque esa noche no estaba España sola a la escucha de su Rey. Toda Europa tenía los ojos puestos en Madrid y tengo la convicción de ser el intérprete de millones de europeos al rendir homenaje a quien, por su presencia de espíritu, su actuación decisiva y su profunda convicción democrática, ha salvado una parcela de nuestro patrimonio común.

Efectivamente, las ideas de Estado de derecho, de representación popular, de libertad no son ajenas a la construcción europea. Esta nació en particular de las ruinas acumuladas por un sistema que negaba estos valores y de las amenazas de otro sistema que sigue negándolos hoy. Winston Churchill, que también recibió el Premio Carlomagno, decía con humor que el sistema democrático, del que fue un ilustre defensor, era el peor de los sistemas políticos, con excepción de todos los demás. No somos tantos los que defendemos y practicamos la democracia pluralista en el mundo de hoy. Aquí también la presencia de España a nuestro lado es valiosa para nosotros.

Europa en el mundo:

Esta Europa unida, democrática y próspera, no concebimos que pueda edificarse apartada del resto del mundo.

Por primera vez en la historia, la economía, como la política y la información, se ha vuelto planetaria. La interdependencia es hoy día un hecho irreversible. El porvenir depende ampliamente de la medida en que los hombres sepan convencerse de ello y sacar todas las consecuencias de esta coacción en la actuación política, la organización económica y el acercamiento psicológico a los problemas comunes. Basta con echar una mirada al escenario internacional para ver que todos nosotros tenemos, individual y colectivamente, mucho que aprender y mucho que progresar en esta dirección.

Pero aquí también Europa es un factor de esperanza. Se ha fundado, a tenor de un esfuerzo deliberado y prolongado, sobre la voluntad de superar los egoísmos nacionales y los errores del pasado. Esta misma voluntad, clarividente y novadora, es la que el mundo necesita hoy. Los países de Europa Occidental han sabido, en los años mil novecientos cincuenta, invertir el curso de su historia que les había llevado durante demasiado tiempo a una sucesión de guerras sangrientas. Con esa misma clarividencia y esa misma voluntad de renovación, tienen hoy día que enfocar los problemas inmensos que exponen la estabilidad del mundo a los más graves riesgos, pues aquí también hay que invertir el curso de la historia.

Paul Valéry ha dicho del hombre europeo que no se define ni por la raza, ni por la lengua, ni por las costumbres, sino por sus aspiraciones y por la amplitud de su voluntad. Para bien o para mal, hemos dejado colectivamente en otros pueblos del mundo huellas indelebles de nuestras aspiraciones y de nuestra voluntad de potencia. Esto nos confiere sin duda una responsabilidad histórica que hemos de saber asumir al igual que el resto de nuestro pasado, sin exagerar ni minimizar su alcance. Pero también nos concede posibilidades de acción basadas en las afinidades psicológicas resultantes del pasado, incluso a veces, de una comunidad de origen o de una lengua compartida, que dan a nuestros actos una resonancia particular en numerosos países de ultramar.

Si el hombre europeo ha dejado huellas en varios continentes, el hombre español las ha dejado en uno en especial. La Hispanidad, consagrada por una lengua y una cultura común, es decir, por una manera peculiar de sentir y describir la realidad, da a España una prolongación americana y a su lengua una resonancia mundial. Creemos que estos lazos particulares, trenzados por la historia y que siguen manteniéndose aún hoy con regularidad, son un elemento importante que España puede aportar a una Comunidad europea que no intenta replegarse sobre sí misma sino abrirse al mundo. El mundo iberoamericano no deja de crecer en importancia política, económica, cultural. España tiene vocación de explicarle nuestros objetivos y de servir de puente entre dos continentes que tienen sobrados motivos para entenderse.

Desde el origen, la fe en la construcción europea ha reunido a hombres que diferían en edad, origen, convicciones, lenguas, nacionalidad. Constituyen un grupo aparentemente heterogéneo, pero unido por la visión común que tienen del porvenir y por la firme voluntad de consagrar sus fuerzas a la realización de ese viejo sueño de unión que quizá rondara ya la mente de Carlomagno. Estoy firmemente convencido de que este grupo de hombres pasará a la historia por no haber carecido ni de audacia, ni de imaginación, ni de éxito.

Al recibir el Premio Carlomagno Os unís solemnemente a este grupo. En él se necesitan optimismo y convencimiento. Vuestro optimismo, lo conocemos. Impresiona a cuantos os tratan e inspira confianza en los momentos difíciles. También conocemos vuestras convicciones. Se reflejan en la maestría con la que habéis guiado a España por la vía de la renovación a pesar de las dificultades y los escollos. Se reflejan en la opción europea claramente afirmada por la nación española entera.

Por todo esto, os integráis con toda naturalidad en el círculo en el que hoy he tenido la honra de recibiros. Os felicito y me congratulo por la consolidación del porvenir común de nuestros pueblos.

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